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Reportaje publicado en Telefonía y Comunicaciones en 2004

Gumi: Un terminal cada cinco segundos

Por Pilar Bernat
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pbernattelycom4com /7/7/16
martes 25 de febrero de 2020, 20:40h

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Gumi, Gyeonsangbuk-do (Corea del Sur). Una ciudad de 61 hectáreas y 380 mil habitantes, situada a 277 km. de Seúl, en cuyo complejo industrial, de algo más de dos hectáreas, se levantan 786 naves a las que acuden, cada día, 78 mil empleados.

Allí, desde el año 96, Samsung Electronics cuenta con uno de sus centros de producción claves. Y también allí, en este año que termina, se han fabricado 100 millones de teléfonos móviles bajo un lema: “calidad y honestidad”.

A la hoguera

Cuenta la historia de la empresa que a mediados de los noventa, Samsung fabricaba chips de memoria, discos duros y otros componentes para productos de compañías japonesas y americanas. Su negocio de artículos electrónicos de marca propia se centró, entonces, en elaborar bienes de consumo de forma rápida y barata.

En 1996, para celebrar el creciente éxito del grupo, Kun-Hee Lee, presidente e hijo del fundador, regaló móviles a amigos y trabajadores destacados. Sin embargo, unos cuantos días después recibía quejas de que los teléfonos estaban defectuosos. Avergonzado, ordenó que todo el inventario de la planta de Gumi, donde se fabricaban los teléfonos, fuera apilado en el patio de la fábrica. Bajo estandartes que proclamaban que, en adelante, Samsung sería conocida como productor de bienes de calidad, Lee, sus gerentes y 2.000 empleados presenciaron la destrucción a martillazos de 150.000 teléfonos móviles, teléfonos inalámbricos y máquinas de fax cuyo valor se calculó en 50 millones de euros; los restos de los mismos se quemaron en una hoguera.

“Un defecto es un cáncer”, proclamó Lee. Hoy, la visita a Gumi es casi un sueño. Un complejo industrial rodeado de jardines verdes y árboles multicolores donde la limpieza llama la atención. Un lugar donde los empleados de las diferentes fábricas (LG también cuenta allí con uno de sus mayores centros de producción) se distinguen por sus uniformes corporativos. Un mundo donde, lejos de lo que pueda imaginar la mente occidental, se ganan sueldos que muchos europeos quisieran por trabajos no cualificados y donde, cada cinco segundos se termina y empaqueta un teléfono móvil.

Dividido en dos plantas, las cadenas de producción de Gumi no son muy diferentes a las de cualquier otra fábrica. Allí 11 mil personas (55% hombres y 45% de mujeres) se encargan de fabricar terminales móviles, unidades de almacenamiento e impresoras por un valor aproximado de 19.000 millones de euros, de los cuales, un 81% corresponden a productos inalámbricos. Con una capacidad total de 100 millones de celulares anuales, éste centro de producción ha registrado un crecimiento en los últimos diez años de doce veces sobre el total de ventas, 30 veces si el baremo son los beneficios y 45 si lo son las exportaciones.

Dentro de las expectativas de ventas de Samsung Electrónics para 2005, antes mencionadas–100 millones de unidades en el mundo- el 80% tendrán su origen en este curioso rincón de Corea donde las tradiciones se funden con una sociedad altamente tecnológica.

Entre el robot y el alma

Una vez finalizado el proceso creativo y técnico, las 180 líneas de producción se preparan para trabajar. Un modelo diferente cada 10 minutos. Hombres especialmente incentivados y entrenados para controlar cada paso de las líneas de producción dirigen, cada turno, a una decena de chicas cuyas manos, pericia e inteligencia se alternas con las habilidades de los insensibles robots.

No hay muestreo aleatorio, se trabaja con cada celular. Las placas bases debidamente cortadas inician su recorrido: reciben la gomosa que garantizará la fusión y el correcto pegado de los elementos, se implementan los chips, se imprimen los circuitos, y se ajustan las carcasas donde, previamente y bajo un estricto sistema informático, se ha impreso y pegado el número IMEI.

Entonces empieza el apabullante factor humano (no hay un minuto que perder ni un segundo sin concentración). Con una habilidad pasmosa, las operarias introducen SIMs, baterías, y tapas traseras de prueba y se inicia el testeo terminal por terminal: el sonido, el interfaz, las aplicaciones, la resistencia al movimiento o a las variaciones de temperatura... es decir, y valga éste como ejemplo, durante ocho horas diarias una joven muchacha coreana escucha las melodías polifónicas, de un teléfono tras otro, con el fin de comprobar que su sonido llegará bien hasta nosotros.

El resto se puede imaginar: uno por uno se retiran los elementos de pruebas, se ponen las tapas correspondientes a cada modelo y se empieza a empaquetar (caja, batería, accesorios, instrucciones...) al final de la cadena las cajas se terminan de embalar para poner rumbo a su destino: un país, una ciudad, un operador, un mayorista, un distribuidor, un cliente. El ciclo, que se inició con una idea, con un segundo de iluminación, se ha materializado y completado.

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