Opinión y Análisis de Tecnología

Esto no es un ‘me too’, es superar las nauseas

(Foto: Depositphotos).
Pilar Bernat | Viernes 12 de diciembre de 2025

Tengo que reconocerlo, soy mujer. Y por mucho que no esté de acuerdo con el feminismo exacerbado, es imposible no revolverse cuando escuchas determinadas cosas; es imposible no recordar y encogerte; es imposible no ponerte en el sitio de esas chicas a las que un machirulo hortera, que no ha pasado por clase de religión, ética, formación para la ciudadanía o lo que sea que le tocara en su centro educativo (al que supongo que fue porque quien lo conoce dice que es un hombre culto, aunque no lo parezca), les ha provocado tanto miedo como asco, tanto temor como inseguridad. Y detrás de él, del primer caso publicado, de Francisco Salazar, uno, otro y otro…



Ser mujer en el siglo XXI no puede significar nacer para ejercer de persona, de ser productivo, de ente reproductor, de profesional y, parece que encima, de especialista en defensa personal, física y moral. Es una carga casi imposible de acarrear en lo que, precisamente mi generación, es una gran especialista. En ese entorno maduramos.

"Aprendí joven a no dejarme amedrentar, a decir sí o no, y a con educación, paciencia, más o menos tragaderas y alguna sonrisa"

Y no, esto no es un ‘me too’; no al menos por lo que a mí respecta. La verdad, ¡podría escribir un libro! Pero aprendí joven a no dejarme amedrentar, a decir sí o no, y a con educación, paciencia, más o menos tragaderas y alguna sonrisa, transformar lo que hoy sería acoso de sentencia, en relaciones laborales o incluso de amistad con jefes y compañeros a los que tuve que demostrar que, además de atributos físicos de mejor o peor calidad, tenía neuronas. ¡Vaya desgaste! ¡Así estoy, agotada!

Y de verdad, creía que ya en el segundo cuarto del siglo XXI, aquel ambiente de ‘machirulismo’ era algo en vías de superación porque hoy, hay información, creía que formación, creía que concienciación y, sobre todo, sé que si un tío asqueroso se acerca a tu mesa de trabajo y te pone la bragueta abierta en la cara, coges la grapadora, le dejas un recuerdo eterno de tu persona y nadie te a va a castigar, porque tienes la ley de tu parte.

"Ser mujer conlleva un trabajo añadido desde tiempos prehistóricos: ser fuerte, superar, callar, olvidar, perdonar, minimizar"

Ser mujer conlleva un trabajo añadido desde tiempos prehistóricos: ser fuerte, superar, callar, olvidar, perdonar, minimizar… y, realmente, eso no es justo. Aún veo en televisión a quien más tensión y miedo me produjo en mi vida; aún veo en ruedas de prensa a quien tuvo la osadía de levantarme la mano; aún tengo noticias de aquel jefe pequeñillo y osado, que siendo yo una señora joven, pero casada y, por cierto, cuando aquello, ya embarazada, me repetía “cuando tú y yo nos acostemos, porque tú y yo nos vamos a acostar…” Y yo vomitaba, no sé si por temor, por asco o por mi estado de buena esperanza.

Pero no, no era todo acoso sexual, ¿qué será de aquel otro jefe sindicalista que durante todo aquel embarazo (el primero) me puso a otro miembro de UGT a mi lado, durante toda la jornada, los cinco días laborales de la semana, para que aprendiera mi trabajo y, cuando yo me fuera de baja, él se pudiera quedar con mi puesto? Paradojas de la vida, salieron ellos del poder antes de que yo regresara de mi baja de maternidad. Aún me rio por dentro, la gran casa de la tele era así, luchas de poder, en un trasiego continuo de mandato y de cargos; pringados con firma que cuando reclamabas lo que era tuyo por ley te decía que no, “que si lo necesitabas, se lo pidieras a tu padre, que te lo podía dar”. ¡Y eso que había convenio! ¡Y eso que era la izquierda feminista del momento! ¡Y eso que…, no, no había canales de denuncia, no podías esperar ayuda de nadie!

Pero ahora que está de moda auto encumbrarse vía redes sociales, escribir memorias e incluso sumarte al rollo ‘influencer’ para creerte ser lo que nunca fuiste, no olvido algo memorable: “una amiga”, hoy adalid de la diversidad, banderola, que no bandera, del movimiento LGTBIQ+, quiso servirme en bandeja a otro de mis superiores. Y él, actúo en consecuencia y, la verdad, en el minuto uno de acercarse a mí, entendió que su relación conmigo no iba de eso y que era absurdo que lo que se ha perpetuado como respeto, admiración y cariño, lo estropeara por un momento de estupidez. ¡Cuántas relaciones sanamente humanas se habrán perdido por ‘el rol’!

En fin. Cuando nació mi segundo hijo, y volví al trabajo, ya fuera de RTVE, una institución religiosa laica de muchísimo poder, me mantuvo encerrada en un despacho de Madrid durante toda la jornada, durante varias semanas, porque me negaba a firmar un papel con el que pretendían estafarme económica y laboralmente. Y así fue hasta que un abogado puso pie en pared y estuvieron a punto de tener que pasarme un sueldo fijo por el resto de mi vida, sin tener que ir a trabajar. Llegué a desmayarme en plena debilidad del puerperio sin que nadie me asistiera y eso que llevan el carnet de católicos de primera sellado en la frente.

Hoy, más cerca de la jubilación que de aquellos tiempos gloriosos en que, además de trabajar con los cinco sentidos, tenía que superar y defenderme de todo tipo de imbéciles, también tengo que reconocer que cada día de lección me enseñó a valorar a los otros: a esos muchísimos hombres que tanto en el mundo de la comunicación, como en tecnología, como en las universidades, han sido amigos, compañeros, maestros, ejecutivos de los que he aprendido cada día, señores de las telecomunicaciones y la tecnología cuyo nombre debería estar labrado en piedra y ser noticia por su nivel moral, humano y profesional. Y pienso que en el mundo de la política, que en el PSOE de 2025 y en cualquier otro partido, habrá muchos más de los segundos que de ‘esos primeros’. Pero, cuánto asco; cuánta rabia; cuanta impotencia cada mañana…

"Aquellos ‘tíos’ eran fruto de su tiempo, fruto de una educación equivocada, de una sociedad primitiva, machista y tolerante de la que aún hay vestigios y, lo que es peor, siempre los habrá"

El balance final ha sido bueno. Pienso que aquellos ‘tíos’ eran fruto de su tiempo, fruto de una educación equivocada, de una sociedad primitiva, machista y tolerante de la que aún hay vestigios y, lo que es peor, siempre los habrá.

Y no, no quiero llevar las cosas a límites exacerbados. Hace mucho que aprendí a diferenciar una broma de un acoso; un chiste picante de una grosería; un piropo o un cometario agradable del lenguaje de un depredador; una conversación subida de tono de una actitud de enfermos mentales. Y la verdad, en los últimos 27 años, me he sentido privilegiada profesionalmente, respetada y querida.

Esto que ahora vivimos con los Ábalos, los Errejones, los Salazares, los Koldos, los Navarro, los Berni… no es una etapa, no es una página de la historia, no son una colección de ‘homos erectus’ liderando un partido o en un gobierno; no, es la peor cara de la combinación de naturaleza y poder. Todos ellos no son más que un mal monumento para inmortalizar lo más triste; para recordar las náuseas y saber que puedes superarlas.

Y sí, también son una oportunidad para crecer, para empoderarse, para constatar lo que se vale. A esas chicas que han denunciado sus malos tragos con valentía, si leen estas líneas les aconsejo darse una oportunidad para perdonar y olvidar; pero no por ellos, sino para poder vivir en paz consigo mismas.

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