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CES o la banalidad de la IA

Por Javier López Tazón
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javierlopezgmailcom/11/11/17

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Fue Hannah Arendt quien acuñó el término "la banalidad del mal" para referirse a Eichmann y otros como él. Personas que actuaron con enorme crueldad, pero sin tener consciencia del mal que cometían, ya que estaban amparados por la obediencia debida. Aquí el lector se preguntará qué tiene que ver la banalidad del mal, Hannah Arendt o Eichmann con el CES. Y la pregunta es totalmente pertinente. Pero banal, según la RAE, es trivial, común. Así que podríamos deducir que ha perdido la cualidad de excepcional.

Y eso es lo que está pasando con la inteligencia artificial. Pensemos qué tienen en común la gran mayoría de los productos, reales o prototipos, que se han presentado en este CES de Las Vegas. No hay móvil, televisor, cepillo de dientes avanzado, automóvil -autónomo o no-, equipo de sonido, ordenador, sistemas de iluminación, de vigilancia… en el que no intervenga la inteligencia artificial.

Se emplea para el reconocimiento facial, para hacer seguimiento de personas u objetos en un vídeo, para identificar el tipo de escena al tomar una fotografía con una cámara o un vídeo, los televisores comparan las imágenes con sus bancos de datos para saber si lo que tienen que representar es un incendio o fuegos artificiales, y los móviles y ordenadores para optimizar la batería…

Sin embargo, tampoco ha habido un efecto guau, una aplicación realmente nueva e interesante que pueda volver a darle impulso. Así que este CES bien puede ser el de la banalidad de la inteligencia artificial, tanto por su omnipresencia como porque han logrado que nos acostumbremos a ella.

La robótica es otra de las disciplinas imprescindibles en una feria en torno a la electrónica, ya sea profesional o de consumo. Y, si se pueden mostrar robots androides o lo más antropomórficos posible, mejor. Ford ha dado la campanada al anunciar la próxima entrega de los dos primeros robots Digit por parte de Agility Robotics. Se trata de dos máquinas de algo más de metro y medio de alto, capaces de caminar, subir escaleras sobre sus dos piernas y portar pesos sobre dos brazos. Ford quiere usarlos como vehículos de reparto y también dentro de sus plantas.

A CES también se acude a sacar pecho. A mostrar quien tiene, por ejemplo, la pantalla más grande o la tecnología de imagen más futurista. En la primera parte, no hay duda, ha ganado Samsung, con una pantalla gigantesca de más de siete metros de lado y 292 pulgadas de diagonal.

El segundo aspecto está más reñido. Varios competidores se han sumado a la estela del Quantum Dot que arrancó Samsung con sus televisores QLED y han presentado sus propios paneles de puntos cuánticos -aunque parece que ninguno de ellos usa realmente esta tecnología- pero otros siguen sus propios caminos, por ejemplo en televisores de proyección láser y, por supuesto, el OLED.

Además, a esta pelea de tecnologías se le une una sopa de letras abundante. Una de las siglas más común es el HDR, pero aquí también, excepto algún caso que las incorpora todas, cada uno tira por su lado. HDR10, HDR10+, Dolby Video, HLG -el alto rango dinámico de la BBC-... Hay que añadir las siglas del audio y la resolución. Vamos, que cuando alguien se quiera comprar un televisor, más vale que tenga cerca a un cuñado con conocimiento.

Intel es uno de los participantes más fieles de CES y este año no sólo ha anunciado los nuevos procesadores que lanzará en 2020 y que se encargarán de dar potencia a la mayoría de los ordenadores que se vendan en todo el mundo. En esta ocasión ha puesto su conocimiento al servicio de los usuarios de plataformas de vídeo por streaming con un algoritmo de compresión que vamos a agradecer mucho. Al menos, eso espero.

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