Hoy, esta red invisible se enfrenta a una amenaza creciente. Según un informe de Recorded Future, elaborado por su división de inteligencia Insikt Group, los sabotajes deliberados contra cables submarinos están en aumento. El estudio advierte que actores estatales o patrocinados por estados se sirven de la “negación plausible” para encubrir ataques, aprovechando tensiones geopolíticas y la limitada capacidad global de reparación.
Durante 2024 y lo que va de 2025, se han documentado 44 incidentes graves de daños en 32 ubicaciones distintas. Muchos ocurrieron en aguas someras (de poca profundidad), donde basta con arrastrar un ancla para seccionar una línea de fibra óptica. Oficialmente, son accidentes. Pero en al menos cinco casos, las investigaciones apuntan a barcos vinculados a Rusia o China que operaban bajo circunstancias sospechosas o a través de propietarios opacos.
El mar Báltico y las aguas cercanas a Taiwán concentran buena parte de estos sucesos. Allí, la geografía y la geopolítica se entrelazan: cables vitales para la conectividad regional cruzan zonas con alta tensión militar y disputas estratégicas.
El tiempo medio global para reparar un cable roto es de 40 días
Cada minuto sin conexión cuesta millones. Sin embargo, el tiempo medio global para reparar un cable roto es de 40 días. Y eso, en el mejor de los casos. La flota especializada, unos 80 barcos comerciales en todo el mundo, está más ocupada desplegando nuevos tendidos para cubrir la creciente demanda que en reparar daños.
Empresas como Global Marine Systems o Orange Marine dominan este nicho, pero la disponibilidad de buques capaces de intervenir rápido es insuficiente. Y aunque los satélites y las microondas puedan suplir una parte mínima del tráfico, la cifra es reveladora: en Estados Unidos, estos medios representan solo el 0,37% de la capacidad internacional.
El problema no se limita a los ataques. El propio diseño de las rutas añade fragilidad al sistema. Por eficiencia y costes, muchos cables viajan juntos y convergen en las mismas estaciones de amarre. Esto significa que un solo punto vulnerable puede dejar incomunicada a toda una región.
En zonas con baja redundancia, como ciertas rutas secundarias de Europa, el litoral de África Occidental y Central o islas del Pacífico, un daño puede convertirse en un apagón prolongado.
En este contexto, el sabotaje de cables submarinos no es nuevo, pero la frecuencia y el contexto actual lo convierten en un riesgo mayor. El informe menciona a Rusia, China, Irán y Corea del Norte como posibles instigadores. El patrón es claro: daños “accidentales” en zonas estratégicas, justo cuando las tensiones políticas están al alza.
Mientras tanto, China acelera su expansión en el sector. HMN Technologies (antes Huawei Marine Networks) ha desplegado 108.000 kilómetros de cable y crece más rápido que cualquier competidor. A ello se suman grandes inversiones de operadores estatales chinos para conectar Asia, Europa y Oriente Medio con rutas propias.
La Agencia de la Unión Europea para la Ciberseguridad (ENISA) ya advirtió: un ataque coordinado contra varias rutas clave podría colapsar la conectividad global. Pero, pese a las alertas, la reacción internacional sigue fragmentada.
El informe de Recorded Future propone soluciones: alianzas público-privadas para financiar barcos de reparación, algo que ya había planteado la propia ONU hace unos meses, monitorización en tiempo real y pruebas de estrés para detectar vulnerabilidades. Sin embargo, la puesta en marcha de estas medidas choca con un muro: la burocracia. En algunos países, las reparaciones se retrasan por trámites para autorizar la entrada de buques en aguas territoriales. Son demoras que, en la práctica, prolongan el impacto de cualquier incidente.
En abril de 2025, había 597 cables en operación o construcción, 38 más que el año anterior
En abril de 2025, había 597 cables en operación o construcción, 38 más que el año anterior. Tres empresas, Alcatel Submarine Networks, SubCom y NEC, concentran buena parte del mercado, pero ya hay nuevos jugadores que están alterando el equilibrio.
El sector de telecomunicaciones se enfrenta así a un reto doble: ampliar la capacidad para un tráfico de datos que no deja de crecer y blindar esta infraestructura contra amenazas cada vez más sofisticadas. El informe lo resume sin rodeos: sin una acción global coordinada, el próximo gran apagón de Internet podría ser fruto de un sabotaje y no de un fallo técnico. Cuando ocurra, las consecuencias económicas y sociales podrían ser históricas.
Bajo el mar, la batalla ya ha comenzado. Y lo que está en juego no es solo la velocidad de conexión, sino la estabilidad misma del mundo digital.