La escena puede parecer alarmante: un apagón repentino mientras un coche eléctrico está conectado al punto de carga, ¿cómo afecta una interrupción del suministro a las baterías de los vehículos eléctricos?
La respuesta, según confirma la Asociación Empresarial para el Desarrollo e Impulso de la Movilidad Eléctrica (AEDIVE), no deja espacio para el alarmismo. "Una interrupción durante la carga no compromete la salud de la batería", aseguran desde la asociación. La clave está en los sistemas de protección que toda instalación eléctrica debe incorporar: dispositivos diseñados para absorber picos de tensión al restablecerse el servicio, y que ya forman parte del estándar en cualquier vivienda con punto de carga.
Pero más allá de la anécdota del apagón, el episodio sirve como punto de partida para abordar una cuestión de fondo: la fragilidad —o no— de las baterías que alimentan la nueva generación de vehículos. Un componente clave cuyo comportamiento sigue generando dudas entre usuarios y profesionales.
La batería, bajo el microscopio
Las baterías actuales, tanto en vehículos eléctricos puros (BEV) como en híbridos enchufables (PHEV), comparten en gran parte la tecnología de iones de litio. Pero no son idénticas. Las primeras cuentan con mayor capacidad y tamaño, ya que son la única fuente de energía del vehículo; las segundas, más ligeras, combinan carga externa con recuperación energética en frenadas. Esa diferencia estructural marca también sus exigencias de mantenimiento y durabilidad.
Y aunque el deterioro es inevitable con el tiempo, no es homogéneo. Factores como las temperaturas extremas, los ciclos de carga y descarga, o incluso el estilo de conducción pueden acelerar la degradación. Una conducción agresiva o la exposición prolongada al calor pueden comprometer su vida útil, estimada entre 8 y 15 años, advierten desde Euromaster.
Frente a estas incertidumbres, el diagnóstico regular cobra importancia. Desde el propio vehículo —mediante el indicador de salud o las apps del fabricante— hasta herramientas profesionales como el análisis a través del puerto OBDII, cada vez existen más vías para conocer el estado real de la batería.
Cargar, pero con cabeza
La cuestión de la carga también merece atención. Aunque es posible enchufar el coche a una toma doméstica, hacerlo de forma habitual no es lo más recomendable. Las instalaciones residenciales pueden no estar preparadas para sostener una carga tan elevada durante horas, lo que compromete la seguridad. Por eso, desde el sector se insiste en promover infraestructuras específicas y en priorizar, siempre que sea posible, la carga lenta frente a la rápida. No sólo por seguridad, sino por el impacto directo sobre la durabilidad de la batería. La alta potencia acelera el proceso, sí, pero también genera más calor y estrés químico.
Además, hay una recomendación que se repite: mantener la carga en niveles intermedios —entre el 20% y el 80%— y reservar las cargas rápidas para situaciones excepcionales, como los viajes largos.