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Sociedad digital, abusos y errores que nos devuelven a la Edad Media

Lo malo, lo bueno y lo feo; a la espera de la reacción digital

Por Pilar Bernat
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pbernattelycom4com /7/7/16
sábado 22 de enero de 2022, 00:29h

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“Repasando las solicitudes de amistad en Facebook he encontrado una de un compañero muerto hace varios años. Seguimos siendo amigos en su página original y ahora reclama mi amistad en otra cuenta, aparentemente idéntica, con sólo dos seguidores y que actualizó, supuestamente, la foto en octubre”. Cuando leí este mensaje que me envió una amiga sorprendida no me resultó especialmente extraño, ya que había topado poco antes con una página web cuya cabecera decía: “cómo hackear Facebook en 30 segundos y con los mejores resultados”; en ella se explicaba que para hacerlo sólo se requiere tener acceso al teléfono de la ‘víctima’ durante unos minutos y una vez instalado el software -que facilitan en la web-, se puede monitorizar, en remoto y fácilmente, el móvil en cuestión.

Lo malo

Leí el mensaje de mi amiga el mismo día en que el The Wall Street Journal titulaba de forma alarmante “Google engañó a editores y anunciantes” y explicaba que “los detalles muestran que los empleados de Google estaban preocupados porque sus subastas de tecnología publicitaria eran "falsas" y se basaban en "información privilegiada". Poco hay que comentar al respecto, porque todo el mundo sabe que la prensa mundial, hoy, depende de Google; bien por sus ayudas directas, bien por las indirectas, bien por la publicidad que subastan y controlan, bien por el posicionamiento en su buscador o bien porque muchas agencias ya no valoran la cabecera, la antigüedad, la firma, el conjunto de beneficios que supone una relación estrecha entre un medio y un cliente y lo único que dicen les interesa es Analitics (cuyas cifras son bastante relativas, por cierto). Por tanto, en el fondo y en la superficie, la prensa occidental está monitorizada por Google y depende de su algoritmo para sobrevivir.

Pero no sólo FaceBook y Google nos erizaban el vello esta semana. El pasado 13 de enero, Alemania anunciaba que otro fenómeno de Internet, Telegram, está albergando grupos extremistas dedicados a difundir odio y a organizar muchas de las manifestaciones contra las medidas que se están tomando allí para combatir la pandemia del coronavirus, algunas de las cuales han terminado desembocando en incidentes violentos.

Y si vamos al último grito digital, NFT (Token no fungible), GQ nos contaba hoy mismo que una sola transacción de esta criptomoneda emitía unos 102,38 kilogramos de CO2, el equivalente a la huella de carbono de 226.910 transacciones con tarjetas VISA

Y si vamos al último grito digital, NFT (Token no fungible), GQ nos contaba hoy mismo que una sola transacción de esta criptomoneda emitía unos 102,38 kilogramos de CO2, el equivalente, según Digiconomist, a la huella de carbono de 226.910 transacciones con tarjetas VISA, o a 17.063 horas de visualización de vídeos de YouTube; y que sólo Ethereum registra cerca de 1,2 millones de transacciones diarias, el equivalente al consumo de energía de un país pequeño.

Cualquiera de los cuatro ejemplos puede causar estupefacción; leídos uno tras otro, tal vez desesperanza. Sin embargo, resultan casi anecdóticos si tenemos en cuenta que, hace unos días, periódicos, televisiones, radios, webs, blogs y microblogs del mundo entero se hacían eco de un informe de Oxfam Intermón que decía que: “los 10 individuos más ricos del mundo han duplicado su fortuna, que ha pasado de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares, durante los dos años transcurridos desde el estallido de la pandemia, un periodo de tiempo en el que los ingresos del 99% de la humanidad han empeorado, empujando a la pobreza a más de 160 millones de personas.”. Por supuesto entre los hombres mas ricos del mundo, están los mega magnates de Internet, los directivos de esas empresas cuyas noticias, un día y otro, nos hacen preguntarnos aquello de a dónde vamos, si es mejor de donde venimos y si el refranero una vez más cobra valor con lo de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Realmente, ¿qué estamos haciendo? ¿Qué nos están haciendo?

Pero la pregunta correcta, no es qué, sino cómo se están haciendo las cosas. La tecnología, la digitalización, la irrupción de la inteligencia artificial son fenómenos producto de una evolución imparable que se puso en marcha, a mediados del siglo XX, para bien de la humanidad y en líneas generales, así es. Sin embargo, esas sociedades del libre mercado, que abanderan los fundamentos del capitalismo, que se consideran guardianas del mundo y cuyo mantra es el no a los monopolios, han sido las mismas que se han dejado arrasar sin mostrar capacidad de reacción ni defensa (quien sabe si de forma intencionada) y ven cada día como el dinero existente se va por los sumideros de la red vapuleando los estamentos económicos que, en todos los niveles, intentan nadar en el tsunami digital, con la esperanza de encontrar un asidero.

Lo bueno

No sé si la palabra es desprecio, máxime si se es usuario intensivo; pero las malas formas de los gigantes tecnológicos que cada día adornan los medios están muy lejos de despertar el respeto o la admiración que se siente por los muchos, muchísimos, que, a fuerza de imaginación y trabajo duro, han conseguido encontrar un tronco para flotar, una playa para arribar o un paraíso para habitar. En España no estamos carentes de buenos ejemplos, a pesar de la enorme dificultad que entraña levantar algo que genere riqueza en este país.

En España no estamos carentes de buenos ejemplos, a pesar de la enorme dificultad que entraña levantar algo que genere riqueza en este país.

Sin rebuscar mucho, tenemos tecnológicas como ‘Orizon’, una sociedad alicantina especialista en optimización de software; en analizar, reparar y sacar el máximo rendimiento a las infraestructuras tecnológicas, mediante la identificación y corrección de ineficiencias ocultas en el código de las aplicaciones cuyo volumen de trabajo y grandes clientes aumenta día a día. También Playtonic, plataforma de reservas de pistas de tenis y paddle, que ya mira hacia otros deportes y no sólo factura casi 100 millones anuales, sino que el pasado diciembre captó otros 56 millones de euros para realizar una ampliación. Española también es Flywire, fintech creada en el 2009 en Valencia bajo el nombre original de PeerTransfer, con el fin de facilitar el pago de matrículas de colegios y universidades sin pérdidas de tasa y tiempo y que, actualmente, está presente en 240 países, con más de 2.250 clientes globales. Idealista, Cabify, TravelPerk, Copado, LetGo…

Lo feo

Los fondos europeos llegan, o deberían llegar, en gran medida, para que nuestro país aproveche la oportunidad, realice cambios estructurales y asiente pilares bien cimentados en la digitalización que permitan la construcción y el desarrollo de una sociedad que, con orgullo, un día pueda salir de la mediocridad y apueste por la excelencia. El problema de España es que suele tener la materia prima y herramientas, pero la falta de buenos directores, de políticos-ejecutivos bien preparados que no sólo aspiren a una pensión vitaliza a cambio de verborrea chabacana, nos aboca a la desesperación y a la consiguiente desidia.

De ahí que las grandes multinacionales hayan aprovechado la oportunidad de una humanidad sin rumbo, para invadir nuestras vidas y recuperar la estructura económica de la edad media

Pero no somos los únicos, de ahí que las grandes multinacionales hayan aprovechado la oportunidad de una humanidad sin rumbo, para invadir nuestras vidas y recuperar la estructura económica de la edad media, donde los campesinos trabajaban la tierra, de la misma forma que los internautas sembramos la Red, y la nobleza (y el clero) ostentaba la propiedad, como hoy Jeff Bezos, Elon Musk, Bill Gates, Mark Zuckerberg o Sergei Brin, entre otros, son los dueños del planeta y sus afueras.

Las personas, los profesionales, los agricultores, los trabajadores en general, sólo podemos nadar y nadar contra corriente: contra las malas practicas de la digitalización, contra la pandemia, contra el descontrol de la energía, contra el cambio climático, contra los malos gestores, contra las siete plagas y contra los jinetes del Apocalipsis si hace falta. Se llama afán de supervivencia y esperar la reacción que, por fuerza, llegará como consecuencia de la acción.

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