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Tweeter, justicia o razón

Tweeter, justicia o razón

Por Pilar Bernat
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pbernattelycom4com /7/7/16
miércoles 22 de octubre de 2014, 13:04h

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El universo intangible del invento porque invento,  ofendo porque ofendo, acuso porque acuso o miento porque miento llevará necesariamente, tarde o temprano al desprestigio total o a la regulación de Tweeter.

Tweeter, justicia o razón

Corrompido por el mal uso, el microblog que naciera como sustituto de los mensajes de texto, con capacidad de comunicación multimedia y multipersonal, se ha convertido en una red de difusión de publicidad, información, opinión y, por supuesto, rumores, no siempre limpios, correctos o fidedignos.
Fuente de ignorancia y abuso, tanto por parte de quienes compran seguidores para presumir de ego digital o generar pingues beneficios, como de quienes basan sus decisiones empresariales, de marketing o comunicación en un dato tan inconsistente como falso; lo cierto es que para unos Tweeter se ha coronado como la voz del pueblo mal escrita y para otros, en una auténtica pesadilla de la cual no saben cómo defenderse, abstenerse o salir.

El antecedente
El pasado mes de noviembre, conocimos el caso de Lord Alistair McAlpine; un prestigioso político inglés acusado virtual y viralmentemente de abusar de una docena de menores en los años setenta, por un error de reconocimiento cometido por un ciudadano, posteriormente transmitido por la BBC y por ITV y que tuvo su correspondiente eco en el popular microblog.
Los abogados del ‘acusado’ localizaron 1.000 cuentas de Tweeter que difundieron directamente los rumores o los links con enlaces a páginas de Internet en las que se vinculaba al político del equipo de Tacher con los abusos en un hospicio del norte de Gales. Y encontraron, además, otras 9.000 cuentas desde las que se rebotaron los ‘tuits’ originales.
Lord McAlpine pidió que quien tuviera menos de 500 seguidores pagara una compensación de cinco libras directamente a una ONG. Pero para los más populares (sean verdaderos o no sus followers)  solicitó castigos mayores. Según los diarios locales, sus abogados se basaban en la ley británica sobre el libelo y estimaban que quienes no aceptaran sus condiciones se arriesgarían a pagar unas costas de casi 45.000 euros.
Pero si bien los británicos son teóricamente ejemplares a la hora de aplicar la ley, y pueden iluminar el camino, el resto de los países del mundo y, por supuesto España, hasta ahora están, estamos, rendidos a Tweeter y a sus ignominias y nadie sabe por dónde empezar.

El riesgo
A los profesionales de la comunicación sus medios y sus clientes los valoran por sus cuentas o por el nivel de Klout (más patético aún), lo que en el mundo analógico significaría no saber escribir si cuando sales a la calle no hay una manifestación en la puerta de la redacción o la editorial. Es más, están obligados a asomarse a la red y a dedicarle tiempo y dinero (incluso malversándola) si quieren ‘ser alguien o algo’. Políticos, personajes y cutrecelébrities ven pasear sus vidas por dedos anónimos sin ningún tipo de escrúpulo, sin posibilidad alguna de defenderse a riesgo de un mayor ataque. Las empresas leen estupefactas las noticias que se generan sin fuente ni base concreta y deben aceptar, incluso, el fluctuar de sus acciones bursátiles por causa de generadores de contenidos ‘nobody knows’ afanados en crear un tráfico que cotice adecuadamente en Google y les reporte beneficios.

La solución
La pregunta es si el Ministerio de Justicia, jueces y abogados serán capaces de transponer las leyes contra el honor, la competencia desleal, el acoso, etc., etc., que rigen en el mundo real a esa segunda vida donde todo empezó como un juego y que hoy han conquistado los bárbaros. Pero tarde o temprano, algo habrá que hacer.
Herramienta de marketing, medio de información, canal de libre opinión… Tweeter pudo ser todo, pero el descontrol y el desconocimiento lo ha convertido en lo que ha llegado a ser: refugio de pecadores capitales.
A la pregunta de si la plataforma en sí misma es culpable, la respuesta es, por supuesto que no. Nunca una gran idea puede ser tildada de error. Pero la cordura debe imponerse en el paraíso digital; en esa isla salvaje de aves en vuelo libre donde, actualmente, habita la sinrazón.

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