Tengo una mesa de trabajo que el más poderoso de los hombres envidiaría. Sobre ella hay un Sony Xperia S, un iPhone 4S, un RAZR MAXX, un Galaxy SIII, un LG L7, un HTC One X, una BlackBerry 9900, un Nokia Lumia 900… los últimos sueños, lo máximo en tecnología móvil.
La gente me pregunta y me cuestiona en busca de consejo y, sinceramente, vivimos días en que parece imposible que un móvil pueda tener mejor diseño, mejor cámara, mejor conexión, mejor pantalla, mejor procesador, mejor sonido, mejor… mejor… mejor… ¿Elegir uno? Imposible.
Tanta belleza técnica me ha llevado a la peor de las avaricias en un intento imposible de poseer y utilizar todo lo que la industria pone en mis manos.
Resulta paradójico que en uno de los peores momentos de la historia económica de la humanidad (bueno, de Europa), los hombres, las empresas, los desarrolladores, los diseñadores, sean capaces de hacer semejantes máquinas.
Y yo, cada día me pregunto ¿cómo pueden los operadores seleccionar? ¿Las compras son objetivas? Y pienso en ‘los selectores’, todos con cara, nombre y apellidos y pienso en su dificultad y en qué argumentos pueden utilizar.
Así es que hace tiempo concluí que ante la posibilidad de que algún filtro no sea transparente y técnicamente clarificador, si en la selección pudieran primar otros intereses, es mejor abrir el mercado y que el catálogo de productos llene con la demanda del consumidor.
Es fácil, usted me da mejor tarifa y yo compro el terminal que quiero o me puedo pagar. La ley de la oferta y la demanda, el principio del libre mercado. ¿Es mejor verdad? ¡Pues que así sea!
Si (
No(
