Los periodistas, pacientes o impacientes observadores, damos fe pública de lo vivido -es nuestra obligación- y, lo que ocurre es que cuando contrastamos o constatamos los hechos suele salir alguien herido.
¡Pues señor mío, más cuidado! Pretender que juguemos entre nosotros a las carreras de coches para ver quien consigue antes una información o tratar de repartir caramelos a quienes se han portado mejor, cual focas en zoológico, es un juego infantil, complicado, peligroso y siempre atropellado. Sobre todo atropellado.
Dice nuestro código deontológico que la noticia debe ser objetiva. Y sí, ya sé que es papel mojado; pero a veces, las oportunidades las pintan calvas, así es que por si llueve o truena y estamos allí para contarlo, es mejor no provocarlas. ¿No creen?