Cuantas veces le he dicho a mis alumnos que mi nivel de comprensión tecnológica tenía un límite y que ese límite era la computación cuántica. Para una persona de letras entender que un dígito puede ser un uno y un cero, o las dos cosas a la vez, es bastante complicado (esté como esté el gato de Schrödinger) y qué decir del entrelazamiento cuántico, ese fenómeno que dice que dos o más qubits se conectan de tal manera que el estado de uno afecta instantáneamente el estado del otro, sin importar la distancia que los separe; es decir que si yo actúo sobre un qubit en un laboratorio en Madrid, repercute de forma idéntica sobre otro que está en Hawái. Y cuando te recuperas del ataque de incomprensión racional sólo piensas “menos mal que eso no se aplica a los seres humanos”. ¿Nos imaginamos que cada vez que Trump, Milei, Sánchez, Putin, Orban, Maduro, Petro, u otros de la especie ‘egolatrasolutistas’, dicen o hacen algo, alguien en otro punto del globo actuara de forma idéntica y sistemática? Mejor no imaginar.
Pero volviendo a la cuántica, en el recientemente celebrado Encuentro de la Economía Digital y las Telecomunicaciones 2025, organizado por AMETIC y celebrado, como cada año en ese maravilloso Santander, la CEO de Quilimanjaro, Marta P. Estarellas, nos dijo algo así como que “debido a que la naturaleza es intrínsecamente cuántica y analógica, nuestro enfoque analógico diseñado a medida abre el verdadero potencial de la computación cuántica, brindando soluciones más rápidas, más precisas y sostenibles, adaptadas a las necesidades específicas de simulación, optimización e IA”… Efectivamente, empieza a ser hora de pensar en retirarme. ¿Computación cuántica analógica? Repito, soy de letras.
El terraplanismo
Vivimos en un mundo donde hace años el discurso político, social o filosófico ha desaparecido para dar paso a la gestión de las comunidades mundiales a través de plataformas que anulan nuestra capacidad dialéctica y racional, nos polarizan y dirigen abocándonos a una especie de zombi-humanidad donde cualquiera que tenga un buen relato, un slogan o diga una barbaridad más altisonante que otra, triunfa. Y triunfa porque su mensaje se multiplica de forma imparable en segundos e impacta sobre todo el que de forma consciente o inconsciente es receptivo al mensaje falaz.
¡Quién me iba a decir a mí que 2.500 años después de que Pitágoras afirmara por primera vez que la tierra era redonda; de que Parménides, Anaximandro y sobre todo Eratóstenes, lo reafirmaran; 502 años desde que Juan Sebastián Elcano culminara la vuelta al mundo que inició bajo las órdenes de Magallanes; más de 400 trascurridos a partir de que Galileo Galilei muriera y defendiera el Heliocentrismo o 99 años tras el heróico viaje del dirigible Norge, que efectuó el primer vuelo transpolar de Europa a Asia, a través del Polo Norte, tuviera que dedicar más de media hora en clase, en una universidad, hablando de la falsedad del terraplanismo!
Tiempos cuánticos
Pero esto no ha hecho más que empezar, los biotecnólogos avisan continuamente de la ya inminente injerencia en nuestro cerebro a través de accesorios tecnológicos de uso cotidiano. ¿Más? Sí, más. Y no, no son los chinos, Apple tiene su patente. También hay quien empieza a trabajar fuertemente en pro de la seguridad de nuestros datos y nuestras comunicaciones, como han anunciado recientemente Telefónica o HP (seguridad poscuántica).
Y, como esto es así, tendríamos que asumir que se inicia una guerra digital, donde unos atacan para manipularnos y robarnos, con el fin de asegurarse el botín social y económico -como en las pugnas de toda la vida- y otros pelearán sin denuedo para defender la supervivencia intelectual de los humanos dentro de una era, la industrial, en total decadencia. Plataformas contra humanistas; hasta hoy, ellos ganan. No hay más que poner la televisión y ver cómo presidentes, ministros, diputados, mandatarios en general alimentan redes, generan negocio y enriquecen, más si cabe, a ejecutivos que lideran el agujero negro digital. Y lo hacen aunque esos multimillonarios a los que sobrealimentan los incansables ‘uploaders’ (a veces me preguntó si sufren de algún tipo de incontinencia dedil) sean de ideología contraria; muy, muy contraria. ¿Para qué exigir a nadie nivel intelectual, técnico, profesional… si sabe poner una estupidez, un exabrupto, una gracieta de primero de infantil (por el nivel de educación) en un tuit?
Caminemos hacia el mundo cuántico de la mano de la nueva ministra IA albanesa, Diella, por si ella nos marca un camino mejor. ¿Quién sabe? Igual la manzana del paradisiaco árbol de la sabiduría, aquel que ha pasado a la historia como prohibido, está ya en nuestras manos; y no, no es un logo.