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Cuando todo es “estratégico”, lo único que sobra es credibilidad
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Cuando todo es “estratégico”, lo único que sobra es credibilidad

Por Alfonso de Castañeda
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alfondcctelycom4com/8/8/17
jueves 18 de diciembre de 2025, 08:30h

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En el sector tecnológico europeo se ha instalado una epidemia silenciosa: la inflación del lenguaje estratégico. Todo es crítico, clave, soberano, histórico. Y, sin embargo, prácticamente nada cambia de verdad. ¿El resultado? Un ecosistema saturado de grandes palabras y pobre en decisiones estructurales.

La etiqueta de “estratégico” se ha convertido en el refugio favorito de quienes no quieren priorizar, ni asumir costes políticos, ni explicar renuncias. Inteligencia artificial, redes, datos, nube, semiconductores, biotecnología, supercomputación, ciberseguridad, contenidos digitales… Todo entra en el mismo saco semántico y todo se lleva solemnes titulares con planes, marcos, hojas de ruta y declaraciones grandilocuentes. En resumen, nada termina siendo prioritario.

Europa, de mal en peor

Europa habla de soberanía tecnológica con la misma ligereza con la que está externalizando su capacidad de computación. La UE se autoproclama como líder regulatorio, pero la tecnología crítica se compra fuera de nuestras fronteras; defiende un modelo propio mientras depende de infraestructuras ajenas para prácticamente todo. El discurso es firme; la ejecución, cada vez más frágil. Y la contradicción ya no se disimula, se normaliza.

"Se habla de modelos europeos mientras se ajustan presupuestos, se fragmentan iniciativas y se celebra como éxito cualquier piloto que no pasa de la fase de demostración"

La inteligencia artificial es el ejemplo más obsceno que hay ahora mismo sobre la mesa. Se presenta como una palanca de competitividad, un motor de productividad y una garantía de autonomía estratégica, sin embargo, la realidad es mucho menos heroica: sin chips propios, sin energía barata, sin centros de datos suficientes y sin capacidad para retener talento, la soberanía termina siendo poco más que un eslogan. Se habla de modelos europeos mientras se ajustan presupuestos, se fragmentan iniciativas y se celebra como éxito cualquier piloto que no pasa de la fase de demostración.

El problema no es la ambición europea, es la falta de una jerarquía clara. En política tecnológica europea nunca pierde nadie: todo se anuncia, se inaugura, se impulsa, pero casi nada se cancela, ni se reconoce como fallido. Y, sobre todo, casi nada se mantiene cuando deja de ser oportuno comunicativamente.

El privado no se libra

Esta lógica también ha contaminado al sector privado: cada empresa tiene una “estrategia de IA”, una “visión de futuro” y un “plan transformador”, pero, al mismo tiempo, recorta plantillas, externaliza capacidades clave o pospone inversiones estructurales. Sobre el papel todo son estrategias a largo plazo, pero las decisiones se centran en contentar al accionista a corto-medio plazo y arreglar el trimestre correspondiente con un relato que se centra en vender transformación; la contabilidad impone contención.

"Los operadores siguen atrapados en un modelo intensivo en capital, regulado hasta el milímetro y con retornos cada vez más decrecientes"

En el mercado de las telecomunicaciones, la esquizofrenia es especialmente evidente. Cada generación tecnológica se anuncia como fundacional: 5G iba a redefinir la economía, pero ahora lo hará 5G avanzado, el edge inteligente o la convergencia con la IA, y en unos meses, habrá que esperar a 6G para que veamos de verdad una revolución que salve las cuentas de unas compañías cada vez más castigadas. Sin embargo, los operadores siguen atrapados en un modelo intensivo en capital, regulado hasta el milímetro y con retornos cada vez más decrecientes. Mucha épica, poco oxígeno financiero, y, concretamente en Europa, cero ayuda por desregular un sector asfixiado que necesita concentrarse para seguir creciendo y compitiendo con sus iguales estadounidenses, chinos o coreanos.

Otro ejemplo es el de la sostenibilidad, que sigue el mismo camino. Se suma desde hace años a los discursos como un elemento central, pero se relega cuando estorba; se habla de eficiencia energética mientras se multiplica la demanda de computación; y se promete responsabilidad mientras se acelera el despliegue sin resolver quién paga la factura energética, social y ambiental de la nueva economía digital.

Esta inflación retórica no es inocua, termina desgastando la confianza, anestesia el debate y banaliza conceptos que deberían ser excepcionales. Llamar estratégico a todo es la forma más rápida de vaciar el término de contenido. Y, de paso, de esconder la ausencia de una política industrial real, sostenida y coherente.

"No se puede regular todo sin consecuencias: priorizar implica dejar caer proyectos, concentrar recursos y asumir fracasos"

Quizá el verdadero ejercicio de madurez tecnológica pase por aceptar algo impopular: no se puede liderar todo. No se puede financiar todo. Y, sobre todo, no se puede regular todo sin consecuencias: priorizar implica dejar caer proyectos, concentrar recursos y asumir fracasos. Todo lo demás es comunicación institucional.

Porque cuando absolutamente todo es estratégico, lo único que queda claro es que nadie está dispuesto a tomar decisiones de verdad. Y en tecnología, como en cualquier otro sector, la falta de decisiones también es una decisión. Normalmente, la peor.

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