El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha confirmado que los chips de inteligencia artificial más potentes del mundo, la nueva generación Blackwell de Nvidia, quedarán restringidos al uso exclusivo de empresas estadounidenses.
La decisión supone un giro radical en la política tecnológica de Washington: no solo refuerza el veto a China, sino que extiende la prohibición a cualquier otro país, incluidos socios y aliados tradicionales.
“No damos el chip Blackwell a otras naciones”
En una entrevista emitida por el programa “60 Minutes” de la cadena CBS, el mandatario ha asegurado que “los chips más avanzados no estarán disponibles para nadie más que para Estados Unidos”. A bordo del Air Force One, ha reiterado que no permitirá que otras potencias accedan a los semiconductores de última generación producidos por Nvidia, la compañía más valiosa del mundo por capitalización bursátil. “No damos el chip Blackwell a otras naciones”, ha insistido.
Una nueva doctrina tecnológica
Las declaraciones del presidente representan un endurecimiento significativo frente a las restricciones ya existentes. Hasta ahora, la estrategia de Washington consistía en frenar el avance tecnológico chino mediante límites de exportación y control de licencias.
Con el anuncio de Trump, la Casa Blanca pasa de una política de contención a una de acaparamiento: conservar para sí los semiconductores más potentes y usar esa ventaja como herramienta de poder global. El movimiento rompe con la tradición de cooperación tecnológica con aliados y lanza una señal inequívoca al resto del mundo.
Los chips Blackwell son la joya de la corona de Nvidia. Están diseñados para acelerar los modelos de inteligencia artificial más complejos y multiplicar por diez la potencia de cálculo respecto a la generación anterior. El veto de Trump se produce pocos días después de que la compañía anunciara el envío de 260.000 unidades de estos chips a Corea del Sur, en colaboración con empresas como Samsung. Sin embargo, la nueva orden abre interrogantes sobre esos y otros acuerdos internacionales en marcha.
La decisión plantea además dudas sobre la cadena global de suministro, ya que Nvidia depende de fabricantes externos como TSMC (Taiwán) o Samsung para producir sus semiconductores. Limitar su exportación implicará rediseñar la logística de producción y podría tensar aún más las relaciones entre Washington y Seúl, Tokio o Bruselas.
La sombra de China y la presión interna en Washington
“Podrán tratar con Nvidia, pero no con los más avanzados”
Aunque la medida tiene un alcance global, su detonante inmediato sigue siendo China. El presidente estadounidense ha confirmado que no permitirá que el país asiático acceda a los chips Blackwell, aunque ha dejado abierta la puerta a versiones “reducidas” con menor capacidad de cómputo. “Podrán tratar con Nvidia, pero no con los más avanzados”, asegura.
En el Congreso, la decisión ha desatado un nuevo debate sobre el equilibrio entre seguridad nacional y comercio. El congresista republicano John Moolenaar, presidente del Comité Selecto sobre China, ha comparado la venta de chips avanzados a empresas chinas con “entregar uranio enriquecido a Irán”, una metáfora que ilustra el tono alarmista del sector más duro de Washington.
Por su parte, Nvidia evita el enfrentamiento directo. Su director ejecutivo, Jensen Huang, reconocía la semana pasada que la empresa no ha solicitado licencias de exportación para China. “Han dejado claro que no nos quieren allí por ahora”, señalaba. Al mismo tiempo, advierte de que la compañía necesita acceso al mercado chino para financiar su investigación y desarrollo en Estados Unidos.