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Censura o racionalidad

Censura o racionalidad

Por Pilar Bernat
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pbernattelycom4com /7/7/16
miércoles 22 de octubre de 2014, 13:04h

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Es posible que lleguemos a acostumbrarnos a que, un tanto por ciento de las noticias que ocupan páginas en los periódicos o salen en los informativos tengan que ver, de una u otra forma con el mundo de las telecomunicaciones.

El protagonismo se lo ha llevado algo que, tarde o temprano, tenía que pasar: el peso de la ley ha recaído finalmente sobre quienes tienen incontinencia de dedo y expresan sus deseos más oscuros y aberrantes en un medio de comunicación público, por mucho que éste límite el número de caracteres. Hablamos de Twitter.
Ni la libertad de expresión, ni el derecho a la información son patente de corso para que los descerebrados vuelquen su agresividad contra una persona, sea cual sea su edad, raza, sexo o condición. Por supuesto, considero que si alguien te ofende, injuria, amenaza, agrede o calumnia, verbalmente o por escrito, sea en la primera página de un periódico, mediante carta, en una página de Facebook o incluso en un SMS o Whatsapp, te asiste el derecho a defenderte. Y en cualquier sociedad civilizada existen los medios para hacerlo con un primer paso en una comisaría de policía o un juzgado dado por el afectado. Justificar cualquier sistema de vigilancia que coarte nuestra libertad, con los terribles hechos acaecidos estos días, tiene peligro.
El gran problema es, de una parte, cómo se asumen la cantidad de demandas que puede haber originadas en disputas colegiales, familiares, laborales, ideológicas contra ciudadanos anónimos, personajes públicos, políticos o instituciones. De otra, cómo se valora el daño; ya que, si un juicio de faltas entre dos personas suponía el pago de unos cuantos euros ¿a cuánto tiene que ascender la multa en relación con el ‘eco’ que tiene un ‘delito’ en la red?
Tal vez, algún castigo ejemplarizante como el que ha conseguido la Delegada del Gobierno en Madrid sirva para coartar a los ‘intrépidos’ pero también hay que preguntarse ¿dónde está la línea entre una chiquillada y un delito? ¿Entre la falta de educación y la agresión? ¿Entre el lenguaje popular y la ofensa? ¡Complicado!
En este sentido, pero a escala universal, se plantea la sentencia emitida por el Tribunal Europeo de Justicia contra Google y a favor de un ‘valeroso caballero español’, que ha puesto los pelos de punta a los de Mountain View e incluso a los de Torre Picasso. Por primera vez, una china en el camino ha frenado los rodamientos de la apisonadora digital y puede que le obligue a parar, resolver el problema y replantease el camino. Y eso, en cualquier caso, no está mal.
Pero digo yo, ¡con lo fácil que era saberse el decálogo de Moisés, que todo lo incluye, y aplicar un poco de racionalidad a la convivencia entre seres humanos, derrochar un poco de generosidad en nuestro entorno y regalar un mucho de cariño en nuestro círculo…! Habrá que esperar a que un nuevo código nos diga en un millón de palabras indescifrables qué podemos decir y qué no, qué podemos publicar, enlazar o comentar y qué tenemos que callar, omitir u olvidar (¡Ah! Perdón, se me olvidaba que eso ya lo regula la publicidad).

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