La difusión de vídeos íntimos sin consentimiento se ha convertido en una de las formas más crueles de violencia digital. Aunque está penada por la ley y existen mecanismos urgentes para retirar este tipo de contenido de internet, las víctimas siguen enfrentándose a un doble castigo: la exposición pública y la culpa social. En un contexto donde compartir imágenes personales es cada vez más habitual, conocer los derechos y las herramientas disponibles es clave para reaccionar a tiempo y recuperar el control.
Difundir imágenes o vídeos de carácter sexual sin permiso constituye un delito en España, incluso si la persona afectada los había compartido previamente en un ámbito privado. El artículo 197.7 del Código Penal castiga la difusión, revelación o cesión de contenido íntimo sin consentimiento, y las penas pueden agravarse si la víctima sufre daños psicológicos o si el material se difunde masivamente.
Desde 2019, la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD) cuenta con un Canal Prioritario que permite solicitar la retirada urgente de imágenes íntimas de internet, una herramienta que ha demostrado ser eficaz para limitar el daño. Además, el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) y el Reglamento de Servicios Digitales (DSA) europeo obligan a las plataformas a disponer de vías rápidas de denuncia y eliminación de contenido ilegal.
Aun así, los expertos advierten de que persiste un problema estructural: el estigma hacia las víctimas y la falta de información sobre los procedimientos. “Todavía se tiende a culpabilizar a quien aparece en el vídeo, en lugar de señalar al agresor”, explica Hervé Lambert, Global Consumer Operations Manager de Panda Security, quien considera fundamental reforzar la educación digital, la alfabetización emocional y los protocolos de actuación en empresas y centros educativos.
El especialista subraya además que muchas víctimas desconocen los pasos a seguir o no denuncian por miedo y vergüenza. Lambert propone la creación de una ventanilla única que conecte a la policía, la AEPD y el INCIBE para facilitar la denuncia, la recogida de pruebas y la atención psicológica inmediata.
Cuando una persona descubre que su vídeo íntimo ha sido filtrado, lo primero que debe hacer es preservar las pruebas: realizar capturas de pantalla que incluyan la URL, fecha, nombre del perfil y comentarios, o utilizar servicios de certificación digital. Después, se recomienda notificarlo cuanto antes a la AEPD a través del Canal Prioritario y solicitar la retirada en todas las plataformas implicadas, invocando el artículo 17 del RGPD, que recoge el derecho al olvido. También puede pedirse el bloqueo por huella digital (hash), una medida que impide que el vídeo se vuelva a subir bajo otro enlace.
Lambert recuerda que es fundamental no negociar con quien difunde el material ni reenviar el contenido, ya que hacerlo podría agravar el daño y entorpecer la investigación. “Las primeras horas son críticas para frenar la propagación. Cuanto antes se actúe, mayores son las posibilidades de que el vídeo desaparezca antes de viralizarse”, señala.
Una vez iniciado el proceso de denuncia, los expertos recomiendan reforzar la seguridad digital: activar la doble verificación en las cuentas, auditar los permisos de las aplicaciones, desactivar las subidas automáticas a la nube y revisar las carpetas compartidas. También es aconsejable configurar alertas en buscadores con el propio nombre o alias para detectar posibles republicaciones.
A pesar del impacto que tienen estas filtraciones, existen mecanismos legales y tecnológicos capaces de mitigar el daño. “Las víctimas no están solas ni indefensas”, concluye Lambert. “Tienen derechos, herramientas y apoyo institucional para frenar la difusión y recuperar el control de su identidad digital”.
En una era en la que la intimidad se confunde con lo público, esta batalla no es solo legal, sino también cultural: entender que compartir no implica consentir y que respetar la privacidad ajena es una responsabilidad colectiva.