El pasado 27 de marzo, a bordo de un vuelo chárter fletado por Huawei, tras tres días moviditos en términos de estrategia de comunicación, escribí la página tres de nuestra revista: ‘Telefonía y Comunicaciones’. En ese momento, con impecable estrategia de marketing, la multinacional buscaba crear una necesidad de compra, invitar al consumo y, sobre todo, alcanzar la meta de llegar a ser número uno del mercado, definitivamente, con la salida del P30 Pro
Contaba en el artículo de opinión que, con ese objetivo, habían llenado un Airbus de periodistas, bloggers, youtubers e ‘influencers’ con bufandas de piel de foca, bolsos regalados de Louis Vuitton y muchísimos vaqueros rotos. Y comentaba que sí, que “los periodistas sabemos que ellos, con una esperanza de vida laboral que se podría contar en horas, consiguen grandes picos de ventas; pero luego, cuando el comprador quiere saber en qué gastar su dinero realmente acude al texto que permanece en la hemeroteca o en la web, busca la comparativa que sitúa el terminal en su sitio o requiere información veraz, a quien recurre no es a una foto de una red social, sino a nosotros, a la prensa ‘madura’”. Y es que en ese avión aprendí que si te sientas entre ‘instagramers last minute’ (no entre los profesionales que utilizan la red para difundir su trabajo) y los escuchas hablar, se te deprime la única neurona que se resiste al agotamiento”.
No puedo decir si lo que dice Jiménez sobre Telefónica y Cesar Alierta es cierto: “y grandes empresas como Telefónica, que durante la presidencia de César Alierta llegó a tener subvencionados a 80 de los más conocidos informadores del país”; lo desconozco, no es nuestro caso
Mi reflexión seguía explicando que los equipos de comunicación y marketing tienen sus argumentos -comprensibles y respetables-; ya que, al fin y al cabo, esa es la sociedad que hemos creado entre todos; aquella en la que triunfa la banalidad, la apariencia y el engaño (prefiero el castellano puro, pero igual debo decir ‘fakes’).
Hemos vivido muchos cambios
Y retomando ese hilo, hoy debo recordar que quienes llevamos más de 20 años escribiendo, divulgando y enseñando tecnología, hemos vivido el nacimiento del periodismo digital y, en su momento, lo desdeñamos; observamos con escepticismo la llegada de los bloggers (de la mano de Nokia, por cierto); poco después, ellos -y nosotros- se asustaron cuando los Youtubers tomaron posiciones y ahora, paradójicamente, algunos de los ‘techboys’ que se autoproclaman periodistas y que con juego poco limpio han avasallado a las empresas y procurado hundir a muchos profesionales que se han encontrado a su paso -y no hablo de un único medio, sino de varios-, elevan la voz en busca de apoyo para unirnos frente a los ‘influencers’. Pero la respuesta es no; llevamos años azotados por la red y con respeto, todos y cada uno de los medios de comunicación vamos mudando la piel y nos vamos adaptando.
Triunfa el marketing, las formas de antaño han desaparecido porque ha cambiado la sociedad, e insisto en que el periodismo ya está de vuelta -confío en que no muerto porque tengo cientos de alumnos llenos de ilusiones- y lo que busca es sobrevivir, no ahogarse mientras lo mantienen sujeto bajo el agua. ¡Sólo le quedaba a la profesión el que promete ser escandaloso libro del ex director de ‘El Mundo’, David Jiménez, contando las vergüenzas de su redacción! Y lo que es peor, lo reconozcamos o no, todos sabemos que al menos parte de lo que cuenta es verdad y que no sólo ocurría en la calle Pradillo o ahora en la Avenida de San Luis; pero no es culpa de las plumas, sino de los directores que lo hemos admitido y de las empresas que nos malacostumbraron. Todos jugamos en un mismo campo; por tanto, es tarde para escandalizarse o hacer corporativismo.
El libro de David Jiménez
No puedo decir si lo que dice Jiménez sobre Telefónica y Cesar Alierta es cierto: “y grandes empresas como Telefónica, que durante la presidencia de César Alierta llegó a tener subvencionados a 80 de los más conocidos informadores del país”; lo desconozco, no es nuestro caso; pero muchas otras afirmaciones, por pintorescas que resulten, las tenemos que asumir. Y lo que es peor, hay que aceptar que hemos interiorizado como normal, lo que deontológicamente debería ser inaceptable.
Dice un refrán que “agua pasada no mueve molino”. Brindemos por las nuevas etapas de nuestras vidas. ¡Paco, Pepe, no os vayáis lejos, os echaremos de menos!
Algunos ejemplos sin nombre: el otro día recibí un mensaje en mi móvil en el que se nos advertía a los periodistas convocados a una entrevista múltiple que, si preguntábamos sobre un tema, se nos echaría de la sala, la empresa nos declararía “non gratos” y tomaría medidas. O llevo marcado a fuego la advertencia de un muy apreciado presidente de tecnológica que me decía ante una información real e internacionalmente difundida: “libertad de expresión… libertad de inversión”. Otros DirComs, con más gracia, me empujaban a despedir a los redactores si no les gustaba lo que escribían y apuntaban sobre su pequeña inversión en nuestros medios: “ya sabes que eso es lo que os damos para que os portéis bien”. Podría seguir.
Que nadie se rasgue las vestiduras, sería una hipocresía, todo eso forma parte de nuestro día a día, del estado de la profesión. Y como en cualquier negocio, son cosas con las que ya contamos y tenemos nuestras formas de contrarrestarlas. Pero lo que sí nos afecta, realmente, son las despedidas de quienes nos respetaron con pulcritud. Eso lo llevamos mal. Es el caso -o al menos eso creo yo-, del DirCom de Vodafone, José Romero, quien deja la compañía para desarrollar su propio negocio, o el de Francisco Hortigüela, DirCom Corporativo de Samsung, cuyos puestos pasan bajo el paraguas de los departamentos de marketing. Seguro que quienes asumen la nueva responsabilidad serán igualmente grandes personas; nadie lo duda, pero seamos claros, no les podemos pedir que entiendan el periodismo como lo que fue o debió de ser. Hoy leer no está de moda. Es mejor salir, comprarnos una bufanda de foca, enfundarnos unos vaqueros rotos, sacarnos unas fotos y lanzar unas ‘fakes’; al menos tendremos otra vez algún minuto de gloria.
Dice un refrán que “agua pasada no mueve molino”. Brindemos por las nuevas etapas de nuestras vidas. ¡Paco, Pepe, no os vayáis lejos, os echaremos de menos!